Blog del Faro

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¡Profe, he decidido dejar mis estudios!

Abelardo Carro Nava, docente en una Escuela Normal primaria en Tlaxcala reflexiona sobre las grandes desigualdades educativas del país, por lo que no llegamos a comprender que miles de mexicanos no cuentan con las condiciones para aprender a distancia. Con preocupación y tristeza nos comparte que hace unos días uno de sus estudiantes decidió abandonar sus estudios.

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Abelardo Carro Nava
Docente de la Escuela Normal Primaria
“Profra. Leonarda Gómez Blanco”.
Tlaxcala, Tlaxcala

Esta contingencia sanitaria nos ha traído de todo; sin embargo, lo que me ha impactado en demasía, fue la noticia que uno de mis estudiantes me dio a conocer hace unos días: ¡Profe, he decidido dejar mis estudios! ¿La razón? Como seguramente ha sucedido en no muy pocos casos, está directamente relacionada con la imposibilidad de cumplir con las “nuevas” dinámicas escolares que les dimos conocer a nuestros alumnos, y que tienen que ver, con un trabajo a través de una computadora, tableta o móvil. 

Sí, esa imposibilidad que se entiende cuando uno conoce, que el nivel económico de los padres de familia de sus chicos, no es del todo favorable. Vaya, tener en casa a un padre que se dedica a la albañilería y a una madre que, diariamente, realiza labores domésticas, puede llevarnos a comprender que, una estrategia denominada por las autoridades educativas como “Aprende en Casa”, tiene sus grandes dificultades, mismas que se agravan, cuando alguna de estas autoridades se niega a comprender que, nuestros alumnos, no tienen la posibilidad de trabajar bajo estas condiciones. Ah, pero eso sí, ¡usted me entrega sus evidencias, y punto!

¿Cómo exigirles a nuestros alumnos que cumplan con sus tareas si sus recursos económicos y materiales son limitados?, ¿cómo lograr que puedan trabajar si, a través de un documento que emitió la Secretaría de Educación de mi estado, se prohíbe visitar la comunidad o las comunidades en las que radican nuestros estudiantes para llevarles las actividades que pueden hacer en casa? Ciertamente, hay quienes me han dicho que nuestro país no estaba preparado para responder a las terribles consecuencias que trae consigo una pandemia como la que estamos viviendo, y es cierto; sin embargo, desde mi perspectiva, pienso que nadie está preparado para lo que el mundo nos ofrece día a día, y aquí seguimos: algunos viviendo, otros, sobreviviendo. En todo caso, considero que, desafortunadamente en México, vivimos realidades diferentes y que, derivado de esas vivencias, es que no llegamos a comprender que miles de mexicanos no cuentan con las condiciones como las que tiene alguien, cuyos padres de familia, obtienen mayores recursos económicos porque su profesión es mejor remunerada.

No, no se trata de lanzar sendas culpas a diestra y siniestra; se trata pues, de intentar comprender por qué el mundo funciona como funciona, y por qué tenemos que vivir tragos amargos puesto que a alguien se le ocurrió endeudar al país o bien, porque a alguien se le ocurrió implementar ciertas políticas públicas que, en lugar de cerrar las brechas de desigualdad, las amplió aún más.

Y en medio de todo esto, nos encontramos nosotros; seres humanos cuya integración a este mundo y, a este país, nos ubicó en el lugar en que ahora estamos. Quiero pensar que, independientemente de las circunstancias que he descrito, muchos de nosotros crecemos, nos desarrollamos y logramos hacer de nuestra vida algo bueno. 

¡Ah, cómo recuerdo el momento en que decidí dedicarme a la docencia! Ahí estaba yo, un joven con apenas un par de décadas en la espalda y un cúmulo de sueños en la mirada. Sí, siempre tuve claro que quería formar maestros. Vaya, mis hermanos habían decidido trabajar con niños y yo, pensaba en los maestros. 

¡Qué enorme responsabilidad estás adquiriendo, Abelardo! – me dijo alguna vez mi padre –; sin embargo, consciente de mi decisión, desde el primer día intenté dar todo de mí. Ahora que lo pienso, no sé si lo he hecho, lo que sí sé es que cada día me he esforzado por lograr que mis estudiantes sean los mejores que ha conocido México. Y he aquí el punto fino de todo esto.

Quienes nos dedicamos a la docencia, tenemos claro que esta profesión requiere enormes esfuerzos y, tal vez, sacrificios. Muchas veces nuestra familia pasa a un segundo término, precisamente, porque el trabajo de la escuela lo llevamos a la casa, hecho que propicia, que pasemos poco tiempo con la familia. ¿Vale la pena? Yo creo que sí. A lo largo de estas dos décadas de servicio educativo ininterrumpido en el Subsistema de Normales, he podido observar cada uno de los logros de mis estudiantes. ¡Cuántos recuerdos tengo de ellos! Risas, llantos, emociones, sorpresas; en fin, de todo ha habido.

Por esta, y cientos de razones más, duele que un estudiante tenga que ver interrumpidos sus estudios porque el Sistema no está hecho para ellos. Podría pensarse que, dicho Sistema, es cruel y despiadado y, hasta cierto punto es cierto. 

Al docente en servicio se le exige, se le castiga, se le evidencia, y muy pocas ocasiones se le premia o, en el mejor de los casos, se le reconoce. ¿Cuántos de los profesores que se encuentran en servicio no han comprado una computadora con sus propios recursos?, ¿cuántos maestros no han pagado de su bolsa sus propios estudios de posgrado?, ¿cuántos docentes no se han esforzado porque sus alumnos aprendan durante esta contingencia sanitaria? Así, ¿qué puede esperar un alumno cuyo estudio depende, económicamente, de sus padres? Preguntas interesantes que, más allá de un debate bastante polémico que pueda generar si la docencia es o no una actividad de estado, tendría que llevarnos a reflexionar sobre la función social de la escuela, la vocación del profesorado mexicano y la ignorancia que priva en quienes han ocupado la silla en la que una alguna vez estuvo sentado Vasconcelos.

Sí, desde que empezó la cuarentena decretada por el gobierno, he caído en una cierta monotonía que me ha generado reacciones diversas en mi salud física y mental; y es que, entre planificar actividades, revisar trabajos, asesorar tesis, atender algunas de las diversas situaciones familiares que tienen que atenderse, la vida, mi vida, ha transcurrido sin sobresaltos; su ritmo ha sido lento, pausado y estresante. No obstante, nada de esto se compara con esas palabras que, si no matan, sí atosigan mi alma: ¡Profe, he decidido dejar mis estudios! ¿El Sistema no está hecho para ellos?