Nos encontramos cercanos al término del ciclo escolar 2019-2020, en donde los docentes de educación básica de anteriores ciclos escolares calificaban los aprendizajes de los alumnos y con ello se conducía a la acreditación de un grado escolar.
Hoy esto parece estar fuera de la realidad: los alumnos se encuentran en sus hogares no como estudiantes, sino como hijos en un confinamiento en donde se pretende que se viva un hecho pedagógico, situación que se torna solo en un ideal pero que, definitivamente no llega a ser real.
Las autoridades educativas han realizado esfuerzos loables por llevar la escuela al hogar, pretendiendo que los padres de familia sean los mediadores del aprendizaje. Pero esto, repito, no es posible, debido a que el contexto en el que se lleva actualmente dicho proceso es totalmente diferente al contexto escolar y aulico.
Los padres de familia por su parte, también están realizando un esfuerzo titánico por orientar a sus hijos, en todas las situaciones posibles: con conectividad, sin ella, con tiempo dentro del hogar, sin tiempo por sus actividades laborales y del hogar, etcétera.
A pesar de todo, la realidad supera esos esfuerzos, ya que los docentes no pueden apreciar los aprendizajes alcanzados por sus alumnos a través de un expediente de evidencias, realizado sin el control de muchas variables, como son la participación, el intercambio de experiencias entre iguales y, entre otras cosas, los ajustes a las actividades para alcanzar los aprendizajes o acercarlos a situaciones acordes a sus necesidades.
Los especialistas de educación especial han realizado también excelentes acciones para brindar actividades a los maestros de grupo y a los padres de familia. Los maestros de grupo, directivos, supervisores y jefes de sector han estado al tanto de todas las acciones recomendadas, e incluso, han ido más allá de ellas, dando ejemplo de verdadera vocación. Todo esto, sin embargo, no nos permitirá contar con las condiciones para emitir una calificación que refleje ese aprendizaje alcanzado, pues no pudimos ver lo que algunos teóricos de la educación constructivista recomiendan para que se dé el hecho educativo.
Piaget, por ejemplo, considera al aprendizaje como una construcción constante de nuevos conocimientos a partir de los previos. Esto, en el confinamiento, no es posible, porque no podemos darnos cuenta de esa nueva construcción sólo a través de trabajos plasmados en una hoja de papel. No podemos evaluar los procesos por sobre los resultados, debido a que los procesos no se pueden ver en un trabajo escrito.
Vigotsky, por su parte, conceptualiza el aprendizaje como un elemento formativo del desarrollo, a partir de acciones de intercambio interpersonal a través de acciones intrapersonales que se aprecian con otros sujetos iguales o próximos en su desarrollo. Así que, ese nivel de desarrollo real no se aprecia con sólo una calificación numérica, sin que intervenga una retroalimentación, una expresión humana que el alumno ya había iniciado con sus compañeros y maestros antes del confinamiento y que no logrará concluir de la misma forma al terminar el ciclo escolar.
A partir de lo anterior, considero que sólo podremos dar una promoción sin calificación y esto sería la base para dedicar el primer mes del próximo ciclo escolar, para retomar los aprendizajes sustantivos, sin olvidar la prioridad de iniciar primero con el hecho de retomar la convivencia, como parte esencial del ser humano y que los mismos niños han externado de forma natural cuando se les pregunta ¿qué extrañas de tu escuela?, a lo que ellos contestan: “extraño a mi maestra y a mis compañeros, no tanto las clases, pero sí a mis compañeros”. Ello refleja, sin duda, que el alumno es primero un ser humano y que para prender requiere de la relación interpersonal. Se puede decir, de manera muy breve que, hoy, carecemos de elementos para evaluar a nuestros alumnos. Podríamos, en cambio, acreditarlos y comenzar a preparar el terreno para que ellos aprendan sustantivamente en el ciclo escolar 2020-2021.