La pandemia recargó las tareas escolares en dos actores que no tuvieron posibilidad de opinar: maestras y maestros, por un lado, familias y estudiantes, por el otro. Cuando las preguntas apenas se precisaban, la urgencia dispuso respuestas todavía nebulosas.
A través de Facebook, propuse a los maestros comentar sobre cinco interrogantes relacionados con la estrategia de enseñar y aprender en casa: ¿les gusta?, ¿por qué si, por qué no?, ¿qué cambiarían?, ¿cómo fue la relación con la familia de estudiantes, aprendizajes en este periodo? Les pedí también resumir su experiencia en tres palabras.
Contestaron 23 personas, principalmente de Colima; dos tercios fueron mujeres. Hay maestras de primaria, secundaria, bachillerato, inglés, educación física, artes y tecnología. Los comentarios variaron en profundidad y extensión. La mayoría respondieron con base en preguntas; además, recibí un ensayo breve y un cuadro sinóptico.
El conjunto ofrece material valioso para análisis e interrogantes sobre la estrategia de enseñanza remota y pistas para la construcción de la Nueva Escuela Mexicana, a partir de las heterogéneas realidades de escuelas y entornos.
Sobre la estrategia nacional
Los comentarios sobre la estrategia se agrupan en dos bloques: quienes no la comparten y quienes la ponderan como la mejor posible. Entre los primeros, hay acusaciones de “haber sido lanzados al ruedo sin la debida capacitación en las plataformas”. Sugieren que se termine el ciclo y comiencen los preparativos del siguiente. Un maestro cuestiona que la decisión se orientó por criterios políticos: atender al mayor número por cualquier vía, sin preocuparse por la calidad.
Entre los segundos, quienes aceptan la estrategia, afirman que es la más adecuada entre las posibles, y óptima para niños que viven en condiciones privilegiadas, donde tienen resueltas necesidades básicas y su enfado deriva de que Netflix es lento o Spotify está lleno de comerciales.
En las antípodas, algunos maestros ponen por delante sus contextos rurales, con niños pobres y padres golpeadores. Una maestra recién egresada de la escuela normal afirma: “la mayoría de mis alumnos solo acceden a lápiz, una hoja blanca o libreta vieja”. Una maestra y madre expone datos: “4 padres tienen computadora, los otros 20 usan recargas con celular”. En telesecundarias se registran bajas numerosas de estudiantes por migración en busca de empleo.
Las ventajas son visibles para los maestros: oportunidad de reforzar habilidades digitales, aunque la transición es difícil, porque muchos no están dispuestos a seguir preparándose. También hay optimismos desbordados: es adecuada para las necesidades actuales. Más cautos, otros matizan: me gusta siempre y cuando tenga ajustes; es desafiante y un reto a la creatividad. Las diferencias afloran. Una directora confiesa que lograr una videollamada con todas las maestras fue una proeza, así que ahora debe buscarlas una a una o por chat grupal.
Entre ambas posturas la estrategia nacional obligó a actualizarse e innovar; a poner en práctica valores, desafió capacidades y obligó a preguntarse qué puede enseñarse en casa.
Por qué sí, por qué no
Los profesores se juzgan y comparten impresiones sobre colegas. Admiten que se labora hasta donde alcanzan las posibilidades. Advierten formas de control mediante instrucciones sin objetivos explícitos, como apertura de grupos de WhatsApp o que se comparten fotos en los mismos grupos solo para hacerse presentes.
Hay maestras y mamás que comentaron sobre la carga de trabajo. Una afirma que le gusta enseñar a sus hijos, pero cree que es más exigente y estresante. Hay maestras que son madres, hijas, esposas y amas de casa. Para ellas, el peso de su responsabilidad creció: “mi salud mental está en riesgo”; confiesa una maestra de colegio.
Los costos también corren por cuenta del profesorado: internet, aire acondicionado, mayor consumo de energía eléctrica o teléfono celular, más tiempo invertido. Una maestra toca un aspecto filoso que la incomoda: “a mi espacio más íntimo abrí una ventana a los alumnos, a las familias y compañeros de trabajo”. Expuestos, además, al “ojo escrutador” de todo tipo de padres, los conscientes y sensibles, o quienes exigen el retorno de la “escuela-guardería” en modo virtual.
La desigualdad en hogares de estudiantes atraviesa los temas. Papás analfabetos o que trabajan fuera de casa son un factor adverso; aunque lo desearan, se desesperan. Para otros, las disímiles condiciones complican; ilustra una maestra de escuela rural: “la gran mayoría usa (teléfonos) de esos llamados cacahuatitos. No tienen ni WhatsApp”.
También hay opiniones positivas: la flexibilidad que permiten las tecnologías y el uso de recursos de casa, se aprovecha el tiempo activamente, los padres siguen tareas y avances de los niños, mayor responsabilidad estudiantil.
Cuando hay experiencias previas en manejo de herramientas tecnológicas la tarea es menos incierta. Otros, sin experiencia, aceptaron el reto y el descubrimiento de posibilidades “es maravilloso”, porque aprendieron a usar plataformas y desarrollar otras formas de enseñar.
Un aspecto es común con los niños: extrañan la presencia de sus alumnos.
Maestras y familia
WhatsApp es el mecanismo más usado para la comunicación entre maestros y familias. En muchos casos la relación es excelente, muy buena o mejoró; en otros, es poca, nula o está mediada por la dirección.
Una observación interesante es que los patrones se repiten en la estrategia remota: papás y mamás atentas a los hijos en clases presenciales, apoyan; los más alejados, por distintas circunstancias, siguen estándolo en las pantallas. La incidencia familiar disminuye con la edad: entre profesores de media superior o secundaria la relación es esporádica; pero fuerte en primaria.
Una conclusión de los maestros es promisoria: ambos están aprendiendo. Si logramos perfeccionar mecanismos, intencionalidades y horizontalidad de los mensajes, la pandemia emergerá a un actor que la escuela relegó como protagonista y podría ser definitivo después de la pandemia.
Qué están aprendiendo
La penúltima pregunta refleja un estado de ánimo positivo de los profesores. Hay decisión y plasticidad. Las respuestas a la pregunta por los aprendizajes son breves pero magistrales: debemos buscar una educación efectiva y más afectiva, la escuela como una oportunidad de crecer, que los niños vayan con gusto y desarrollen su autonomía.
Hay más aprendizajes: ser sensibles ante la diversidad de situaciones y complicaciones infantiles; ser autocríticos; privilegiar emociones, crear ambientes alegres y buena actitud siempre, aunque los problemas aquejen, y confiar más en los estudiantes. Otro hallazgo: el valor de la comunicación con padres, alumnos y colegas.
Para el optimismo
A pesar de las situaciones que afectan el trabajo docente, no caen en extremos. Entienden la complejidad del reto, las dificultades de planear una estrategia adecuada y sus propias carencias, pero encaran con profesionalismo.
Son profesores comprometidos, con adversidades sociales y escolares. No son todos así, por supuesto; cuentan de quienes están pagando porque les hagan la planeación o les revisen tareas. También, quienes se limitan a enviar instrucciones u ofrecen el mínimo esfuerzo.
Entre los textos enviados por los profesores se cuelan anécdotas de otros aprendizajes que probablemente no se valoren en las pruebas que pretende aplicar la SEP. Un profesor de tecnologías cuenta: “tuve una clase virtual con el software de Zoom con alumnado de segundo de primaria, en el que estaban disfrutando y participando más los padres de familia”.
Una respuesta resume la coincidencia en los juicios de la condición más dura que impone la pandemia; ante la pregunta de una niña, su maestra respondió: “Me gusta verte, aunque sea a través del monitor, pero prefiero mil veces abrazarte cada mañana, enderezarte sutilmente la espalda cuando no estás bien sentada, darte una palmada de aliento cuando veo que trazas finamente tu letra, verte correr en las canchas durante el recreo…”.
En estos testimonios encuentro una enorme riqueza, catálogo de modos de sobrevivencia en circunstancias inéditas. Si la SEP se propone un registro sistemático y la recuperación de esta diversidad de talentos y esfuerzos, podría reunir un banco de ideas para que la Nueva Escuela Mexicana sea un proyecto sólido y no la expresión grandilocuente para un sistema sacudido en debilidades y corrosiones.