Blog del Faro

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“Prófugos de la anécdota, la ideología y el grado”

La Profa. Anel Guadalupe Montero Díaz, jefa de sector en el nivel primaria, coloca algunas interrogantes, a propósito de la educación a distancia en tiempos de pandemia, del papel de las autoridades y los especialistas, y de la realidad que viven los y las maestras: ¿Qué significa “hablar desde los datos”? ¿A qué se refiere la frase “las anécdotas no son evidencia”? ¿qué implicaciones tiene dictar sentencia de los problemas educativos del país, de sus contingencias e incertidumbres desde la data que recopilan los jueces que a la vez son parte de la justificación que en su momento avaló el destino de cuantioso dinero público en estrategias y acciones que no solamente no tuvieron sentido en las bases magisteriales, sino en el aprendizaje de millones de alumnos en condiciones vulnerables?

Comienza la conversación

Profa. Anel Guadalupe Montero Díaz
Jefa de sector en el nivel primaria
Veracruz

¿Qué significa “hablar desde los datos”? ¿A qué se refiere la frase “las anécdotas no son evidencia”? ¿qué implicaciones tiene dictar sentencia de los problemas educativos del país, de sus contingencias e incertidumbres desde la data que recopilan los jueces que a la vez son parte de la justificación que en su momento avaló el destino de cuantioso dinero público en estrategias y acciones que no solamente no tuvieron sentido en las bases magisteriales, sino en el aprendizaje de millones de alumnos en condiciones vulnerables?

Y es que algunos profesionales de la data, han tejido sesudos modelos estadísticos con base en la información que les envían autoridades educativas, organismos públicos y privados, pero la pregunta que subyace en todo lo anterior es ¿de dónde salen estos números?

En Veracruz sabemos, quienes hace cinco años experimentamos las secuelas del dengue, zika y chinkungunya, que al acudir a la clínica del ISSSTE o del IMSS nos daban paracetamol y nos enviaban a casa. “Sólo tenga cuidado de no exponerse al sol” se atrevían a recomendar algunos doctores en zonas geográficas donde el calor andaba por los 45 grados centígrados. Sin incapacidad que justificara el reposo, con diagnósticos que escondían los números para que políticos sin escrúpulos siguieran afirmando que “en Veracruz no pasa nada”, las víctimas fuimos eso: anécdotas que las estadísticas jamás validaron, porque simplemente no existimos.

En el sur de Veracruz, específicamente en la Cuenca del Papaloapan, la anécdota transmutó en leyenda urbana que cuenta que hasta que los presidentes y presidentas municipales manifestaron los síntomas de estas pandemias, la Secretaría de Salud tomaba nota de un caso, el de ellos. Lo anterior sería motivo de risa si no escondiera la verdadera tragedia de esta historia: ¿Cuántos bebés nacieron con hidrocefalia por causa del Zika? ¿cuántos docentes, alumnos y padres de familia murieron al sur de México debido a padecimientos originados por complicaciones del dengue hemorrágico o la Chikungunya?

No es nuevo el hecho de que los data lovers acusen a quienes señalamos lo anterior, de presentar “sesgos” o “barreras ideológicas”, como si ellos adolecieran de lo que señalan. Como escuché decir al maestro David Fernández Dávalos, rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México-Tijuana: “Quien esté libre de ideología, que tire la primera piedra”.

La mayoría de quienes se presentan como expertos en data y estadística (no todos, claro está) no son mejores que la SEP, que utiliza las cifras oficiales para el autoelogio, la consigna y el panfleto. A estos “expertos” como a los funcionarios y políticos que señalan, no les interesa resolver los problemas ni crear modelos alternativos que representen transformaciones reales en la vida de alumnos y profesores, porque si así fuera no descalificarían “por la anécdota” a aquellos cuyas voces han sido silenciadas desde los mismos números con los que ellos buscan posicionarse hegemónicamente, dentro del campo educativo.

Las mujeres, las maestras, los alumnos migrantes, con necesidades educativas especiales, con todo en contra, “los nadie de Galeano”, somos los prófugos y prófugas de la anécdota, quienes no formamos parte de ninguna estadística, porque el político decidió no contarnos, porque el data lover decidió que nuestro testimonio echa por tierra el argumento que construyó a partir de números de filigrana, bonitos como adornos pero endebles como interpretación de la realidad o porque el académico que buscaba aplausos para apuntalar su endeble ego no fue capaz de vernos. Todos ellos, son iguales, aunque en el discurso se asuman diferentes.

¿Y qué decir de los prófugos del grado académico? Mientras escribo estas líneas, el ex canciller Jorge Castañeda es noticia por haberse referido a la comunidad de Putla, en Oaxaca, como un “pueblo horroroso”, pero dijo mucho más. Lo relevante es que comentó que su hija Javiera fue enviada ahí cuando terminó en la Facultad de Medicina, pero que gracias a la intervención de su amigo Héctor Aguilar Camín fue enviada a un lugar “un poquito mejor” que el anterior.

En las redes sociales podemos leer a algunos intelectuales y académicos escandalizados por lo anterior, pero lo que debe poner un espejo a todos nosotros y ser motivo de una profunda reflexión y autocrítica, tiende a percibirse como un caso aislado y apelar a la personalidad clasista del ex canciller. Esa es una salida fácil.

Lo difícil es pensar en aquellos académicos que, como Javiera, provienen de familias que les han allanado el camino al tiempo que los alejan de la realidad que supuestamente la escuela los prepara a transformar. Lo reprobable en el caso de la hija de Jorge Castañeda es que tanto ella como su desubicado progenitor vieron a Putla como un lugar de castigo en lugar de entenderlo como una oportunidad inmejorable de aprender para servir a los más pobres de los pobres.

Esto no es un asunto menor, porque son los hijos e hijas de estos políticos, intelectuales y académicos, los destinados a ocupar puestos clave en casi todos los gobiernos de la expresión que sean. Ellos serán, muy probablemente, los que se encargarán de elaborar políticas publicas que serán implementadas con dinero ídem.

Algunos de ellos, son parte de la élite académica que describe hoy a “los maestros frente a la pandemia” y son capaces de lograr (por sus relaciones, contactos y background) que el gobierno los escuche e implemente despropósitos a diestra y siniestra.

Hoy, el grado académico no deja de ser un farol si no demuestra ser construido a partir de una realidad vivida, sufrida y transformada por aquellos a quienes ven como anécdotas que amenazan los “sesudos” diagnósticos construidos a partir de cifras oficiales tan endebles como sus “argumentos”.

Por ejemplo, hay quien insiste en llamar deserción a la exclusión, cuando los maestros sabemos que la mayoría de nuestros alumnos abandonan la escuela porque la prioridad es comer, no estudiar. Y todavía se atreven a llamarlos “ninis”, desde el privilegio que conlleva terminar una carrera profesional que tampoco garantiza un trabajo digno para sostener a una familia.

Algunos académicos son súper valientes para denunciar desde la credencialización de su ignorancia, que en la mayoría de las escuelas de México los alumnos “no saben leer”, como si en el Conacyt la titular diera cátedra de lectura de la realidad, pero de eso pocos hablan, porque les interesa la educación, pero al final les interesa mucho más el estímulo y la compensación que viene con su silencio y complicidad. Es decir, operan exactamente igual que algunos líderes gremiales, políticos o funcionarios de la SEP.

Otros, escriben artículos para exigir “que la SEP explique…” a los maestros tal o cual aberración (otra más) surgida de la ocurrencia o “la data” ¿no dan ternura, estos inteligentísimos miembros de la élite académica? Un maestro frente a grupo lo último que espera es que la SEP le explique nada, porque para empezar eso significaría que el titular escuchó a las bases magisteriales, en lugar de a los líderes sindicales, prestos para la foto, no así para la defensa de los derechos de sus representados.

Los maestros mexicanos no necesitamos académicos que nos defiendan, mejor que se defiendan ellos de la lucha protagónica y salvaje entre los líderes de sus diferentes campos de conocimiento. Si algún académico busca congruencia, valor o discurso, los maestros mexicanos los podemos orientar. Gratis. Sin aplausos.

Hoy, todavía algunos siguen viendo al COVID 19 como la madre de todas las pandemias, cuando ésta se puede controlar, aunque sea débilmente, a partir de quedarnos en casa, usar cubre bocas y guardar la sana distancia. Las otras pandemias como la corrupción, la violencia de género, la violencia intrafamiliar, que también cobran vidas, no tienen para cuando terminar, ni hay vacuna en el horizonte capaz de hacernos vislumbrar una esperanza, por pequeña que sea.

Y así, ¿cuántas voces han sido silenciadas en aras de la “evidencia”? ¿cuánta data es necesaria para lograr retratar una fracción de la realidad que, en cuanto proclaman su comprensión acaba de mutar en otra realidad totalmente distinta, porque hoy por hoy lo único constante es el cambio? ¿Desde cuándo nuestra voz se convirtió en vocerío?

Para reflexionar, sin duda.