Muy estimado(a) lector(a):
Toda historia puede ser contada desde la mirada de cada uno de sus actores. En este sentido, en estos párrafos proponemos el intentar adentrarnos a dos miradas complementarias, el de un docente y el de un estudiante. Esperamos que estos escritos permitan divisar la complejidad y dinamismo que la contingencia provocó en la educación, las instituciones educativas y sus actores.
El docente que fue estudiante durante la contingencia
Hace unos pocos meses viví lo que, desde una circunstancia especial, siempre tuve curiosidad de vivir: un mundo donde nos vimos “arrojados” a replantear quiénes somos como educadores, para qué educamos y cómo educamos. Y nos vimos arrojados no sólo los docentes sino también, nuestros estudiantes. Lo que una veintena de reformas y políticas públicas no había logrado, lo logró un microorganismo que, por definición, ni siquiera está vivo.
Sin duda me sentí como cuando vas en la carretera y tienes que dar un enfrenón de aquellos que te asustan junto con todos los pasajeros. Un enfrenón de los que tiran de la nuca y te obligan a ver si todos se encuentran bien. Y, ya que ves que todos estamos bien, piensas en la ruta más estratégica que debes seguir ante esta eventualidad. Antes de iniciar cualquier cosa tuve que pensar en mis estudiantes, ¿se encontraban bien? ¿y sus familias? ¿qué vivieron esos primeros días? Y ya de manera más pragmática, ¿con qué infraestructura contaban? ¿con qué espacios físicos y temporales?
Para ser sincero, los primeros días los disfruté tremendamente. Pensé en las mejores alternativas para continuar y cerrar el semestre. Por suerte ya empleaba de manera sistemática Google Classroom y la comunicación, que era algo terriblemente crucial, la tenía establecida. Así pues, decidí darle esteroides a mi planeación. Y, aunque sabía que algunos de mis estudiantes tendrían un poco de dificultades, pensé (ingenuamente) que esto sería muy fácil de sortear. Creo que el punto de partida que fue crítico fue repensar los propósitos de mi materia y con ellos la evaluación en esta nueva realidad de educación a distancia.
Quizá mi primera vuelta a la realidad fue cuando una estudiante me indicaba que ella tendría que volver a su país natal y que no estaba cierta que tendría la conexión suficiente para poder realizar videoconferencias. Este fue mi primer golpe de realidad. Luego, tuve la situación de que no todos los estudiantes tenían la posibilidad de contar con espacios y equipos dedicados para las clases. Esto de la educación a distancia sincrónica se le debía de dar un “twist” desde la asincronía. Mi forma de atacar el problema fue grabar las clases y enviarlas a los estudiantes que no estaban presentes.
Cual manantía, otro reto emergió. Mucho de lo que hacía en mi clase era más que una videoconferencia, así que los cuartos para el trabajo en equipos (breakout rooms) fueron mi salvación. Sin embargo, el poder de retroalimentación caía drásticamente para los alumnos que no podían conectarse a las sesiones. Tengo que admitir que la comunicación (o la falla en esta) fue crucial en muchos casos.
Finalmente, creo que mi mayor dificultad fue ese gusto inicial por la posibilidad de experimentar. En este ánimo, empleé cuanta aplicación conocía: para retroalimentar, para fomentar la reflexión a través de videos, para gamificar mis clases, etcétera. Di por sentado muchas cosas, entre ellas, que los estudiantes son nativos digitales de las aplicaciones que usan cotidianamente, pero no de las aplicaciones que se usan para el trabajo y para el estudio. ¿El resultado? Momentos de frustración y confusión.
Hoy, al mirar hacia atrás, puedo plantear el siguiente decálogo personal de mi docencia ante la contingencia:
- Verifique de manera más seguida el estado emocional de sus estudiantes y actúe en consecuencia.
- Ancle las clases a un producto y constrúyalo en momentos sincrónicos.
- Emplee y domine una plataforma que unifique todos los cursos.
- Emplee más medios de retroalimentación.
- Dé alternativas.
- Emplee la co y autoevaluación (para lograrlo, tiene que modelarlo).
- Recuerde que la retroalimentación no sólo es hacia el pasado, sino que debe dar luz para el futuro.
- Sea mucho más flexible (no condescendiente) con sus estudiantes.
- Sea mucho más flexible (no condescendiente) con usted mismo.
- Continúe siendo un aprendiz.
Y mi mantra preferido que me gustaría compartirles y que algunas veces se me olvidaba: Maslow antes que Bloom.
En fin, me parece que esta situación fue interesante. Me retó como docente y como persona. Aprendí, la pasé bien, la pasé más o menos y la pasé mal. Pero lo que es cierto, es que me dejó una experiencia que no voy a olvidar en mi trayecto profesional.
Ser estudiante, hijo y profesionista en la contingencia
Al reflexionar sobre mi experiencia como estudiante de posgrado en esta contingencia, lo primero que viene a mi mente son todas las decisiones que tuve que tomar para enfrentar los desafíos, mismos que no estaban aislados, pues al igual que la trama y urdimbre de un tejido, los retos de mi rol como estudiante se entrelazaron con aquellos que emergieron en la familia y el trabajo.
El primer gran reto fue asumir la virtualización de las clases y conciliar esta situación en el ámbito familiar. El desafío implicado me llevó a resolver cuestiones operativas, desde la toma de acuerdos con los demás miembros de mi familia sobre el uso de la computadora y el Internet, hasta la habilitación de un espacio adecuado para atender las clases por videoconferencia. En este contexto fue importante encontrar un punto de equilibrio entre mis actividades y obligaciones como estudiante, hijo y hermano.
Otro aspecto crítico fue la presión de avanzar en la redacción de la tesis, sentimiento que se intensificó a partir de ciertas dificultades relacionadas con la implementación del estudio de campo. Al igual que muchos compañeros del doctorado, tuve que hacer ajustes, limitar el alcance del proyecto e implementar estrategias para virtualizar entrevistas y cuestionarios, proceso que no fue sencillo.
La lentitud en los procesos de autorización del estudio, la desconfianza de algunos participantes para realizar la entrevista por videoconferencia, así como la baja calidad de la conexión a Internet, provocaron más de una angustia. Ante esta situación, fue de gran ayuda la constante comunicación con mi asesor de tesis para resolver cuestiones metodológicas y procedimentales.
Al mismo tiempo que me adaptaba a las clases en línea y ejecutaba mi estudio de campo, surgió el reto de compaginar estas actividades con las demandas de un trabajo temporal. La situación económica es y seguirá siendo severa, de ahí que para mí fue muy importante participar en un proyecto que me permitiera generar ingresos extra y con ello apoyar la economía familiar. Aunque este trabajo no era exigente, sí requirió una buena organización de mi tiempo para poder cumplir con lo establecido en el contrato. Como era de esperar, aumentó el estrés.
Ante la presión de avanzar en la implementación del estudio de campo y cumplir con las obligaciones adquiridas en el trabajo, decidí implementar hábitos para aligerar el estrés. La implementación de una rutina de ejercicio en casa ayudó a manejar y canalizar mi estado de ánimo, además de regular mi ciclo de sueño. Durante este proceso aprendí que es importante reconocer nuestras emociones para crear estrategias que favorezcan la armonía con nosotros mismos y con nuestro entorno familiar.
La contingencia significó una ardua labor de ajuste y persistencia, pero también representó la oportunidad de aprender, de conocerme más y de apreciar la cotidianidad que se vive en familia. En coherencia con lo anterior, quiero compartir mi propio decálogo, que refleja las lecciones aprendidas en mi experiencia como estudiante, hijo y profesionista en la contingencia.
- Examine las circunstancias y tome decisiones.
- Armonice sus vínculos familiares.
- Incorpore hábitos que mejoren su estado de ánimo.
- Mantenga comunicación constante con su asesor de tesis.
- Comparta experiencias y estrategias de aprendizaje con sus compañeros de clase.
- Recuerde que siempre habrá más de una solución.
- Haga florecer sus avances de investigación con persistencia y esfuerzo.
- Tenga presente por qué decidió estudiar un posgrado.
- De vez en cuando desconéctese de la tecnología.
- Aprecie la belleza de la cotidianidad.