El texto forma parte del libro Cuando enseñamos y aprendimos en casa. La pandemia en las escuelas de Colima, coordinado por Juan Carlos Yáñez y Rogelio Javier Alonso (2020), publicado por Puertabierta Editores y el gobierno del estado de Colima. Se reproduce para el Faro Educativo del INIDE y el sitio del Morral de la Red de Mujeres Unidas por la Educación con el permiso del autor, los coordinadores del libro y los editores.
Edson David Ballesteros Orozco
Si la educación regular en las comunidades es complicada
debido a su contexto social,
durante una emergencia sanitaria como la que enfrentamos
actualmente se torna en un escenario realmente adverso.
Casi todos podemos coincidir en que la emergencia sanitaria nos tomó desprevenidos en las escuelas. Muy pocos de los docentes habíamos interactuado en plataformas digitales como Zoom, Classroom y Schoology, entre otras.
La incertidumbre creció al momento en que las autoridades educativas anunciaron, un fin de semana, que ya no volveríamos a presentarnos a nuestra escuela hasta que pasara la emergencia sanitaria. Debo confesar que al inicio creí catastrófico que esto pudiera durar hasta un mes y es que, al menos en el Telebachillerato Comunitario(1) ubicado en la Esperanza, del municipio de Coquimatlán, nos sorprendió en pleno inicio de la semana de exámenes de la primera evaluación parcial, por lo que no teníamos ningún referente para calificar en caso de que se prolongara hasta el fin del semestre.
La Esperanza es una comunidad rural situada a seis kilómetros de la cabecera municipal de Coquimatlán. Tiene, aproximadamente, 640 habitantes, con grado medio de marginación (SEDESOL, 2010). Sólo disponía de planteles de preescolar, primaria y telesecundaria, pero desde hace seis años existe el Telebachillerato como opción de nivel medio superior.
En lo referente a la cercanía de la población con la tecnología, desde hace tres años no se cuenta con ningún cibercafé. Los materiales de papelería son escasos, pues sólo una tienda de abarrotes ofrece algunos a un costo por encima de la media del mercado estatal. Se trata de una comunidad en general muy tranquila que tiene pocos espacios recreativos, como el jardín y el campo de futbol, que durante la pandemia lucen vacíos.
Si la educación regular en las comunidades es complicada debido a su contexto social, durante una emergencia sanitaria como la que enfrentamos actualmente se torna en un escenario realmente adverso. Un claro ejemplo es el transporte público, normalmente irregular en cuanto al horario, lo que históricamente ha dificultado que los habitantes de La Esperanza estudien fuera, por lo que continúa como escolaridad promedio la secundaria trunca; y, por consiguiente, el nivel económico que predomina es medio bajo, teniendo alumnado que se encuentra en un estrato bajo, mostrando carencias monetarias con no- table repercusión académica.
La Secretaría de Educación Pública inició apresuradamente, en abril del 2020, una jornada de capacitación para docentes e incluso realizó una fuerte inversión para la adquisición de cuentas digitales de Google, para brindar educación a distancia en los niveles básicos, pero dejó en el desamparo, como parece costumbre, la media superior.
Cuando empezó la cuarentena, no teníamos ni un mes que habíamos salido de otra situación casi igual de fuerte, ya que apenas se habían regularizado los pagos a los maestros de los EMSAD (Educación Media Superior a Distancia, un subsistema de media superior rural similar al TBC) y los telebachilleratos comunitarios ya que, debido a trámites administrativos y pleitos de la clase política, se habían cumplido más de dos meses sin recibir pago por su labor y el desgaste emocional se hacía más evidente entre los profesores. Sin embargo, los docentes decidieron no parar para seguir acompañando a sus alumnos, aun sabiendo que les asistiría la razón en caso de tomar una decisión de esa magnitud.

Por fortuna, en nuestro plantel, como en la mayoría de los telebachilleratos ubicados en las comunidades rurales más alejadas, los docentes tienen un alto sentido de responsabilidad, quizás por tratarse de pequeños centros escolares con grupos de no más de 25 alumnos o por el contacto directo con la pobreza y el olvido que sufren algunos de nuestros estudiantes. Fue gracias a la disposición y apertura del personal escolar que pudimos autocapacitarnos de manera colegiada.
Armamos una estrategia con el apoyo de una plataforma digital educativa gratuita llamada Schoology y, en conjunto con becarios del programa Jóvenes Construyendo el Futuro que brindan sus servicios en nuestro plantel, la echamos a andar.
Ahora parece sencillo, pero organizarnos en videoconferencias con nuestros celulares y las computadoras interconectadas a través de internet fue toda una odisea. Aprendimos a cargar actividades con los contenidos más esenciales de cada asignatura para que los estudiantes pudieran contestarlas, nos distribuimos los grupos para enseñarles a subir a la plataforma fotografías semanales de sus tareas en línea; además, investigamos y aprendimos a aplicar exámenes accesibles para los alumnos que les arrojaran de manera inmediata la puntuación obtenida, así como una retroalimentación con las respuestas correctas e incorrectas. Al inicio todo parecía andar bien, pero con el paso del tiempo vimos cómo, con argumentos diversos, nuestros alumnos iban abandonando la estrategia y las gráficas semanales de entrega de actividades por asignatura bajaban estrepitosamente. La principal causa para no entregar actividades era la falta de tiempo. Casi todos los alumnos que trabajan, lo hacen en la agricultura y las plantas de ornato (viveros), ya que esas son las principales actividades productivas de la zona. Sin embargo, dificultó bastante nuestro trabajo docente el hecho de que, no obstante que muchos de nuestros estudiantes se emplean por la mañana para asistir por la tarde al Telebachillerato, sus patrones aprovecharon que no había clases presenciales para ampliar la jornada laboral, lo que provocó rezago y desinterés por los estudios.
En una de las visitas a la comunidad observé algo que me llamó poderosamente la atención: la vida parecía seguir exactamente igual, como si las personas estuvieran seguras de que se trataba de un virus exclusivamente urbano, nadie portaba cubrebocas, las personas trabajando en lo suyo, aunque, a diferencia de las ciudades, normalmente no acostumbran a estar físicamente tan cerca unos de otros.
Al finalizar el tiempo regular de la estrategia Aprende en Casa a través de medios digitales, la cual duró diez semanas, sólo 24% de los estudiantes de nuestro plantel habían concluido exitosamente los cursos de las asignaturas de Matemáticas y Ciencias Experimentales, es decir, tres de cada cuatro estarían fuera si se aplicara con rigurosidad la evaluación. Cifra alarmante para los ya desfavorecidos telebachilleratos comunitarios.
Durante el confinamiento rediseñamos la estrategia una y otra vez en reuniones de Consejo Técnico llevadas a cabo de manera virtual, procurando los horarios en que nuestros hijos estuvieran más tranquilos. En ellas, nos organizamos para crear grupos de WhatsApp con la mayoría de los estudiantes, localizar por redes sociales a otros e incluso, con apoyo de los jóvenes becarios que viven en la misma comunidad, realizar visitas domiciliarias en casos muy particulares, cuidando la sana distancia recomendada a nivel global por las autoridades sanitarias.
También nombramos tutores por grupo, apoyos humanos para hacer más eficiente nuestra labor, se prestaron equipos de cómputo a quienes no tenían, se facilitó la contraseña del internet del plantel para quien no tuviera conectividad e hicimos cuadernillos impresos con las actividades de la plataforma para quienes, aun después de todas las facilidades, no podían (o no querían) ingresar desde internet.
Realmente fue un trabajo extenuante, no paramos hasta convencer y apoyar a la gran mayoría de los estudiantes que era más conveniente terminar las actividades para no tener que recursar el semestre y perder el ciclo escolar. Los resultados en las boletas de calificación finales son estimulantes: 82% de los estudiantes culminaron de manera exitosa el semestre aprobando todas las asignaturas.
Para los jóvenes no aprobados se prevén varias opciones semipresenciales de regularización antes de volver a clases el siguiente ciclo, con el propósito de disminuir el abandono escolar y maximizar el logro de los aprendizajes aún en tiempos de pandemia, teniendo en cuenta que se trata de un contexto social, económico y cultural adverso para la educación a distancia.
Considero que la educación digital es una excelente opción para contextos escolares urbanos; sin embargo, la experiencia me indica que en los pueblos más desfavorecidos, que carecen de una visión educativa a futuro y la prioridad de los estudiantes es el apoyo a sus familias a conseguir el alimento día con día, el aprendizaje a distancia se convierte en una barrera tan grande que hace crecer, aún más, la desigualdad entre los ricos y los pobres, pues, aunque las actividades están en la web, no todos tienen la misma oportunidad de acceder a ellas.
Hoy muchos profesionales de la educación en México podemos enumerar la infinidad de razones para afirmar que la educación presencial es más adecuada para los niños y jóvenes de nuestro país que la impartida en línea, dadas las circunstancias de desigualdad social que éste guarda.
Estoy convencido que, como sociedad, la contingencia sanitaria vivida en 2020 nos deja muchas enseñanzas y nos cambia la visión, nos hace revalorar la irremplazable función docente. La labor de los profesores, sobre todo en el contexto de los telebachilleratos, agregó algunas funciones en esta época: coordinar a la distancia con las restricciones que pone la autoridad, visitar el centro de trabajo para resguardar mobiliario, organizar esfuerzos del personal en cuanto al mantenimiento general de la escuela, explicar de frente a los estudiantes con dificultades de comprensión lectora, entregar constancias de estudio y credenciales, apoyar a madres de familia platicando con alumnos fastidiados por la computadora, firmar y sellar documentos oficiales, entre muchos otros servicios administrativos y académicos.
Sin duda, la pandemia por COVID-19 llegó al mundo a golpear durísimo en todos los ámbitos de la vida: salud, economía, educación, seguridad, entre otros; pero depende de nosotros, de cada uno, sacar lo mejor de sí mismo y apoyar en la medida posible a nuestros semejantes para salir adelante, trabajar como equipo y dejar las individualidades por un lado para salir de ésta. ¡Vaya lección nos dio la naturaleza cuando nos demostró cuáles son las actividades verdaderamente esenciales.
(1) El subsistema llamado Telebachillerato Comunitario (TBC) opera en pequeñas poblaciones con menos de 2 500 habitantes que no cuentan con ningún otro servicio de educación media superior en cinco kilómetros a la redonda. Su propósito es lograr que los grupos más desfavorecidos de la sociedad tengan acceso a la educación media superior. La plantilla completa de trabajadores en los TBC consta de tres docentes que atienden las asignaturas del plan de estudios por área disciplinar y brindan asesoría grupal y personalizada a los estudiantes.