Amplificando Voces

Aprender en casa: voces infantiles y docentes

Este capítulo resume los resultados principales de sendos ejercicios de consulta con estudiantes y docentes durante mayo del 2020, cuando se desarrollaba el programa Aprende en casa. Permite conocer las opiniones de ambos grupos, a partir de algunas preguntas que revelan juicios, estados de ánimo, valoraciones y sugerencias sobre la estrategia emprendida por el gobierno federal. Maestros y estudiantes fueron poco considerados en las decisiones de la estrategia, por esola importancia de darles voz.

Comienza la conversación

El texto forma parte del libro Cuando enseñamos y aprendimos en casa. La pandemia en las escuelas de Colima, coordinado por Juan Carlos Yáñez y Rogelio Javier Alonso (2020), publicado por Puertabierta Editores y el gobierno del estado de Colima. Se reproduce para el Faro Educativo del INIDE y el sitio del Morral de la Red de Mujeres Unidas por la Educación con el permiso del autor, los coordinadores del libro y los editores.

Juan Carlos Yáñez Velazco

Introducción

En este capítulo expongo los resultados principales de sendos ejercicios de consulta que realicé a través de Facebook, con infantes y docentes durante mayo, cuando se desarrollaba el programa Aprende en casa. Me interesaba conocer las opiniones de ambos grupos, a partir de algunas preguntas que revelaran juicios, estados de ánimo, valoraciones y sugerencias sobre la estrategia emprendida por el gobierno federal.

El gran ausente en las decisiones frente a la contingencia educativa fue el estudiantado, convertido en objeto de un programa inédito, ante el cual no se reservó ni un margen mínimo para su participación, pese a que era momento propicio para implicarlos de maneras pedagógicamente valiosas. Con los maestros ocurrió algo semejante, y sobre ellos y las familias, mamás, sobre todo, recayó el peso de las decisiones adoptadas. Por eso, creo, se justificaba la realización de dichos sondeos.

Los reportes, por separado, fueron publicados en medios especializados1 en temas educativos, y ajustados para su inclusión en este volumen.

Las opiniones de los niños

Como botella al mar, lancé un breve mensaje y pedí que los adultos preguntaran a sus niños −principalmente de primaria y secundaria− qué opinan de la manera como cursan el año escolar. Las interrogantes compartidas mediante Facebook eran sencillas:

¿qué les parece la idea de estudiar en casa?, ¿les gusta?, ¿qué no les gusta?, ¿qué cambiarían?, ¿tendría que terminar el ciclo escolar ya?

La reacción me entusiasmó: inmediata y copiosa. Llegaron muchos mensajes escritos por los propios niños o sus mamás en Facebook, algunos por correo electrónico. Un papá, Fernando, me compartió captura de pantalla de la conversación vía WhatsApp con su hija de secundaria. Rosario, maestra, desde Jalisco me pasó el audio con la entrevista que hizo a su hijo. Me enviaron mensajes de Colima, pero también los hermanitos Atoche Díaz de Mérida, del Estado de México, de Michoacán, de Jalisco, de dos estados de la Unión Americana, entre los que se identificaron.

Reuní 15 páginas con las opiniones de más de 25 infantes. Enseguida, resumo un poco de todo lo que escribieron, sin pretender generalizaciones ni conclusiones.

Agustín Alejo López −estudiante de tercero de secundaria− redacta un mensaje bien estructurado y sensato, empieza diciéndome: “la SEP la tiene demasiado difícil en esta situación, la verdad no querría estar en sus zapatos”. ¡Tiene razón! Para los adultos juzgar y descalificar es fácil.

La experiencia de aprender en casa es vivida de forma heterogénea. No se puede afirmar tajantemente en una u otra dirección. La señora Mónica cuenta que dos de sus hijos, de segundo y quinto grado, están felices; pero al de primero no le gusta. Pasa en una casa, en el mismo ambiente, con la misma escuela.

Los niños dicen que es buen intento, una manera de suplir, pero mejorable. A otros les gusta “más o menos”. Sin embargo, a la mayoría no les gusta estudiar en casa. Se aburren, se cansan, hay pocos recesos entre clases, abundan actividades irrelevantes, no son dinámicas, existen limitaciones para preguntar y no tienen retroalimentación; hay maestros enojones.Ver videos y que te pidan opiniones, dice uno, no es interesante. Se replica el comentario. Otros son punzantes: tienen más presiones de madres y docentes.

Algunos se quejan: en la escuela hay horarios para cada materia, en casa no, y por eso se exceden con deberes. Elizabeth, empleada bancaria y con dos hijos en primaria, asegura

Aprende en Casa no está mal pero para terminar el ciclo escolar no sirve, pues los contenidos que tratan son temas que ya se abordaron en clases presenciales, duran muy poco tiempo para la explicación y las actividades que se piden realizar no dejan nada de aprendizaje por ejemplo: ¿qué te parecieron los videos?

Se marcan diferencias entre primaria y secundaria. La secundaria es más diversa en percepciones: con algunos profesores es más fácil aprender; con otros, muy complicado, porque sólo mandan instrucciones. La valoración del trabajo de los maestros es desigual, y aquí encontramos una de las primeras ideas relevantes para una formulación hipotética: el programa tendrá más probabilidades de éxito (o menos de fracaso) cuando mayor sea la disposición y responsabilidad docente. Por qué les gusta el programa, fue una pregunta con pocas respuestas. Apenas una página manuscrita en mis notas, mientras en las otras, llené tres. Las respuestas son −principalmente− porque no deben viajar a la escuela, despiertan más tarde, están con mamá para darles el desayuno y apoyarles, la plataforma de Classroom ayuda a organizar tareas, no hay uniformes, no tienen ceremonias cívicas. Jesús Iskandar, desde el Estado de México, confiesa que ve los programas en televisión y le gustan. También sirve porque practican el autoestudio. Pero no es igual, admiten varios; no se aprende lo mismo. Una niña de Manzanillo solicita que sólo sean tres días de clase. Por otro lado, Diana, de secundaria, prefiere no proponer nada porque no sirve, nunca les hacen caso.

 

La mayor parte de los niños que participaron preferían terminar el ciclo escolar, y su abanico de respuestas es interesante: ya no están aprendiendo mucho, quieren pasar de grado escolar, pero también, piden que si termina, no se cancele el programa y puedan seguir aprendiendo en casa con otro tipo de actividades menos rígidas. Pablo Sebastián proponía cancelar ya y practicar actividades como dictado, lecturas y tablas de multiplicar; Xitlali, que la dejen explorar los insectos en su jardín o leer cuentos. También aflora otra preocupación: en la escuela no hay jabón ni gel, no usarían cubrebocas, ni guardarían la distancia.

 

La computadora o ver la tele para educarse no emociona a los infantes. A Pablo le gustó mucho la idea al principio, luego empezaron las clases y cambió de opinión. Tania, en tercero de primaria, propone usar lentes 3D, porque sería más divertido.

Los niños suelen enredarse con la tecnología, pero no para el esfuerzo o la exigencia. Su relación con las pantallas nació fuera de la escuela y para otros propósitos.

La bulimia de tareas es el gran foco crítico. Se enfatiza en las opiniones generales y sugerencias: que haya menos tareas, que sean de juegos, que sean menos difíciles y se expliquen mejor; que haya más tiempo para hacerlas y subirlas, que cuenten como puntos extra. Que haya pero de dos materias, recomiendan puntualmente.

Algunos también se quejan de sus compañeros que distraen o perturban a los maestros, hasta admiten falta de compromiso en su autocrítica. Una preocupación asoma en varios niños, una de ellas, desde Texas reclama: ¡que nadie repruebe! A la preocupación se suma la de las mamás que me escriben y opinan.

Desde dos comunidades rurales de Colima y Jalisco se expone con crudeza la situación familiar: papás y mamás que deben trabajar, vuelven tarde y no siempre pueden recoger las hojas con las tareas para que los hijos las realicen, o por la misma circunstancia, no las regresan. Peor: papás y mamás que no pueden ayudarles a los hijos porque no saben cómo hacerlo y únicamente lo resuelven con la ayuda de algún familiar.

Los problemas son comunes y amplios, más o menos conocidos: el celular de la casa es viejito, no tienen computadora y deben pedirla prestada, falla internet, en el pueblo no hay donde sacar copias. Maestros que no dominan la plataforma, no están preparados. Hay opiniones más crudas: estudiar en casa es peor que la escuela. En el otro sentido, hay niños que disfrutan porque tienen una mamá que les ayuda, una maestra que manda videos y explica bien, o una tía o vecina que apoya porque estudia en la universidad. Una niña de preescolar, con pocas tareas quiere más, porque es divertido. Que la escuela sea como antes, clama una nena.

Reflexiones sobre la opinión infantil

Los niños extrañan la escuela, pero no el edificio o la rutina, sino a los compañeros, la convivencia y los recreos. Algunos piden no terminar el ciclo escolar, porque quieren volver a la escuela y estudiar de nuevo con sus maestras. Diana Paula, en secundaria, expresa su preocupación por los compañeros que pronto tendrían que presentar el examen de ingreso a bachillerato.

La experiencia de la contingencia pedagógica es material para una reflexión que puede significar punto y aparte en la historia educativa. Está ahí, para estudiarla y comprenderla; o bien, para rellenar informes oficiales y declarar en la clausura del año escolar que tuvimos éxito, porque cumplimos el 90 o 95 por ciento del programa. Si sólo sirve para eso, los autores del juicio están reprobados.

Voces de maestras y maestros

La pandemia recargó las tareas escolares en dos actores que no tuvieron posibilidad de opinar: educadoras y maestros, por un lado, familias y estudiantes, por otro. Cuando las preguntas apenas se precisaban, la urgencia dispuso respuestas todavía nebulosas.

A través de Facebook propuse a los maestros seis interrogantes sobre la estrategia de enseñar y aprender en casa: ¿les gusta?, ¿por qué sí, por qué no?, ¿qué cambiarían?, la relación con la familia de estudiantes, aprendizajes en este periodo y resumir la experiencia en tres palabras.

Contestaron 23 personas, principalmente de Colima; dos tercios, mujeres. Hay maestras de primaria, secundaria, bachillerato, inglés, educación física, artes y tecnología; de escuelas públicas y colegios. Los comentarios variaron en profundidad y extensión. La mayoría respondieron con base en preguntas; además, recibí un ensayo breve y un cuadro sinóptico.

El conjunto ofrece material valioso para análisis e interrogantes sobre la estrategia de enseñanza remota y pistas para la construcción de la Nueva Escuela Mexicana, a partir de las heterogéneas realidades de escuelas y entornos.

a) Sobre la estrategia nacional

Los comentarios sobre la estrategia se agrupan en dos bloques: quienes no la comparten y quienes la ponderan como la mejor posible. Entre los primeros, hay acusaciones de “haber sido lanzados al ruedo sin la debida capacitación en las plataformas”. Sugieren que se termine el ciclo y comiencen los preparativos del siguiente. Un maestro cuestiona que la decisión se orientó por criterios políticos: atender al mayor número por cualquier vía, sin preocuparse por la calidad. Entre los segundos, quienes aceptan la estrategia, afirman que es la más adecuada entre las posibles, y óptima para niños de condiciones privilegiadas, donde tienen resueltas necesidades básicas y su enfado deriva de que Netflix es lento o Spotify se llenó de comerciales.

En las antípodas, algunos ponen por delante sus contextos rurales, con niños pobres y padres golpeadores. Una recién egresada de la escuela normal afirma: “la mayoría de mis alumnos sólo acceden a lápiz, una hoja blanca o libreta vieja”. Una maestra y madre expone datos: “4 padres tienen computadora, los otros 20 usan recargas con celular”. En telesecundarias se registran bajas numerosas de estudiantes por migración en busca de empleo.

Las ventajas son visibles para los maestros: oportunidad de reforzar habilidades digitales, aunque la transición es difícil, porque muchos no están dispuestos a seguir preparándose. También hay optimismos desbordados: es adecuada para las necesidades actuales. Más cautos, otros matizan: me gusta siempre y cuando tenga ajustes; es desafiante y un reto a la creatividad. Las diferencias afloran. Una directora confiesa que lograr una videollamada con todas las maestras fue proeza, así que ahora debe buscarlas una a una o por chat grupal.

Entre ambas posturas la estrategia nacional obligó a actualizarse e innovar; a poner en práctica valores, desafió capacidades y obligó a preguntarse qué puede enseñarse en casa.

b) Por qué sí, por qué no

Los profesores se juzgan y comparten impresiones sobre colegas. Admiten que se labora hasta donde alcanzan las posibilidades. Advierten formas de control mediante instrucciones sin objetivos explícitos, como apertura de grupos de WhatsApp o que se comparten fotos en los mismos grupos sólo para hacerse presentes.

Hay maestras y mamás que comentan la carga de trabajo. Una afirma que le gusta enseñar a sus hijos, pero cree que es más exigente y estresante. Algunas son madres, hijas, esposas y amas de casa. El peso de su responsabilidad creció: “mi salud mental está en riesgo”; confiesa una docente de colegio.

Los costos también corren por cuenta del profesorado: internet, aire acondicionado, mayor consumo de energía eléctrica o teléfono celular, más tiempo invertido. Una maestra toca un aspecto filoso que la incomoda: “a mi espacio más íntimo abrí una ventana a los alumnos, a las familias y compañeros de trabajo”. Expuestos, además, al “ojo escrutador” de todo tipo de padres, los conscientes y sensibles, o quienes exigen el retorno de la “escuela-guardería” en modo virtual.

La desigualdad en hogares de estudiantes atraviesa los temas. Papás analfabetos o que trabajan fuera de casa son un factor adverso; aunque desearan apoyar, se desesperan. Para otros, las disímiles condiciones complican; ilustra una maestra de escuela rural: “la gran mayoría usa (teléfonos) de esos llamados cacahuatitos. No tienen ni WhatsApp”.

También hay opiniones positivas: la flexibilidad que permiten las tecnologías y el uso de recursos de casa, se aprovecha el tiempo activamente, los padres siguen tareas y avances de los niños, mayor responsabilidad estudiantil.

Cuando hay experiencias previas en manejo de herramientas tecnológicas la tarea es menos incierta. Otros, sin experiencia, aceptaron el reto y el descubrimiento de posibilidades “es ma- ravilloso”, porque aprendieron a usar plataformas y desarrollar otras formas de enseñar. Un aspecto es común con los niños: extrañan la presencia de sus alumnos.

c) Maestras y familia

WhatsApp es el mecanismo más usado para la comunicación entre maestros y familias. En muchos casos la relación es excelente, muy buena o mejoró; en otros, es poca, nula o está mediada por la dirección.

Una observación interesante es que los patrones se repiten en la estrategia remota: mamás atentas a los hijos en clases presenciales, apoyan; los más alejados, por distintas circunstancias, siguen estándolo en las pantallas. La incidencia familiar disminuye con la edad: entre profesores de media superior o secundaria la relación es esporádica; pero fuerte en primaria.

Una conclusión de los maestros es promisoria: ambos están aprendiendo. Si logramos perfeccionar mecanismos, intencio- nalidades y horizontalidad de los mensajes, la pandemia emergerá a un actor que la escuela relegó como protagonista y podría ser definitivo después de la contigencia.

d) Qué están aprendiendo

La penúltima pregunta refleja un estado de ánimo positivo de los profesores. Hay decisión y plasticidad. Las respuestas a la pregunta por los aprendizajes son breves pero magistrales: debemos buscar una educación efectiva y más afectiva, la escuela como una oportunidad de crecer, que los niños vayan con gusto y desarrollen su autonomía.

Hay más aprendizajes: ser sensibles ante la diversidad de situaciones y complicaciones infantiles; ser autocríticos; privilegiar emociones, crear ambientes alegres y buena actitud siempre, aunque los problemas aquejen, y confiar más en los estudiantes. Otro hallazgo: el valor de la comunicación con padres, alumnos y colegas.

e) Para el optimismo

A pesar de las situaciones que afectan el trabajo docente, no caen en extremos. Entienden la complejidad del reto, las dificultades de planear una estrategia adecuada y sus propias carencias, pero encaran con profesionalismo.

Son profesores comprometidos, con adversidades sociales y escolares. No son todos así, por supuesto; cuentan de quienes están pagando porque les hagan la planeación o les revisen tareas. También, quienes se limitan a enviar instrucciones u ofrecen el mínimo esfuerzo.

Entre los textos enviados por los profesores se cuelan anécdotas de otros aprendizajes que probablemente no se valoren en las pruebas que pretende aplicar la SEP. Un profesor de tecnologías cuenta: “tuve una clase virtual con el software de Zoom con alumnado de segundo de primaria, en el que estaban disfrutando y participando más los padres de familia”.

Una respuesta resume la coincidencia en los juicios de la condición más dura que impone la pandemia; ante la pregunta de una niña, su maestra respondió:

Me gusta verte aunque sea a través del monitor, pero prefiero mil veces abrazarte cada mañana, enderezarte sutilmente la espalda cuando no estás bien sentada, darte una palmada de aliento cuando veo que trazas finamente tu letra, verte correr en las canchas durante el recreo…
Epílogo

En estos testimonios encontramos enorme riqueza, catálogo de modos de sobrevivencia en circunstancias inéditas. Si la SEP se propone un registro sistemático y la recuperación de esta diversidad de talentos y esfuerzos, podría reunir un banco de ideas para que la Nueva Escuela Mexicana sea un proyecto sólido y no la expresión grandilocuente para un sistema sacudido en debilidades y corrosiones.

Esa aspiración que compartimos millones de mexicanos, de una escuela mejor, con esta o aquella adjetivación, no podrá construirse jamás sin los maestros y niños, sin una relación fructífera con la familia, considerada como actor pedagógico de primera importancia, como hizo patente la pandemia. Sólo con las valoraciones de todas las agencias y sujetos será posible conseguir participaciones y adhesiones efectivas.

La pandemia no es una trampa de la naturaleza, sino un mensajero que nos recuerda la postergada misión [a veces fallida] de construir una escuela a la altura de las exigencias del siglo XXI, y de las propias ilusiones sociales por desterrar flagelos históricos como la inequidad, la pobreza y la impunidad, a cambio de una sociedad más sustentable, tolerante y justa.

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