Amplificando Voces

El regreso a clases, ¿desescalada o descalabrada?

Esta crónica imaginativa y sarcástica cuenta la historia del regreso a las aulas en plena pandemia a través de los ojos de un individuo que ve su mundo y sus vínculos transformarse; explora el tiempo cotidiano a través del recuento de un día, de dos, tres… no importa el número sino la nueva rutina, la transformación de una realidad en otra. Un texto entusiasta que contrasta los hechos externos con el modo de ver las cosas en México, a partir, sobre todo, del propio crecimiento y reflexión desde el confinamiento, con buen humor y para dejar una sonrisa en la cara.

Comienza la conversación

El texto forma parte del libro Cuando enseñamos y aprendimos en casa. La pandemia en las escuelas de Colima, coordinado por Juan Carlos Yáñez y Rogelio Javier Alonso (2020), publicado por Puertabierta Editores y el gobierno del estado de Colima. Se reproduce para el Faro Educativo del INIDE y el sitio del Morral de la Red de Mujeres Unidas por la Educación con el permiso del autor, los coordinadores del libro y los editores.

Marcial Aviña Iglesias

En nuestro país, a pesar de la cascada informativa sobre los riesgos del coronavirus, la mayoría de las personas continúan escépticas. Como si se tratase de un mito, salen de sus casas sin tomar las medidas preventivas recomendadas por autoridades sanitarias, hacen fila sin guardar distancia, se acercan entre ellas y lo que es peor, a quienes sí nos protegemos nos miran como en son de guasa, es más, hasta llegan a realizar comentarios sarcásticos de cómo nos vemos. Ante una sociedad que piensa de esa forma, ¿madres y padres enviarán a sus hijos a la escuela con los aditamentos recomendados para evitar contagios?

Creo que quienes están conscientes sí lo harán –¡que son muy pocos!–, otros le cederán tal misión al personal de la escuela, digo, porque ese tipo de progenitores creen que con surtir la kilométrica lista de útiles escolares ya cumplieron. Espero que cuando acudan a las papelerías y se cercioren de que al ingresar a ellas tienen que traer cubrebocas, limpiarse las manos con gel antibacterial y únicamente podrán pasar de cinco en cinco para ser atendidos, les caiga el veinte de la magnitud, pero creo que ni así, únicamente harán el berrinche de lo que para ellos es una exageración.

Ahora imagínense si van a tomar con seriedad las medidas de higiene y prevención en las escuelas: no permitir el ingreso a personas con síntomas de enfermedad –¡cómo, si mi hijo es muy inteligente, un resfriado no le quita sabiduría!–; evitar el préstamo de objetos personales –oye wey, préstame tu borrador tantito, ¿no?–; limitar o suspender las actividades extraescolares –si ya estuvieron más de tres meses sin ejercicio en casa y ahora les van a quitar hasta echarse una cascarita, ¡no la amuelen, miren lo gordo de Pepe!–; sólo se permitirán grupos de máximo 15 personas –¡no, si estamos en México!– o, en su defecto, aplicar medidas de aislamiento físico en las aulas, es decir, los más avanzados se quedan en sus hogares mientras los demás van a la escuela –¡óigame no, a mi chamaco nadie me lo señala! Se imaginan lo que hablarán del pobrecito las argüenderas de las vecinas–; entre otras medidas de higiene.

Ahora ubiquémonos en el sándwich de la educación en México, el nivel medio superior, mejor conocido por la raza como el bachillerato, donde todos los días de clases es común ver gente corriendo alrededor y chocando uno con el otro. Un profesor de matemáticas frente a un grupo de 45 alumnos explicando la fórmula del chicharronero, mientras los de la tercera fila intercambian memes por WhatsApp. Pasada la media hora suena la chicharra y como la canción de Cri- Cri, “corren los caballitos”, directo a la cafetería, para luego, con sus platos repletos de comida, sentarse en las jardineras retejuntitos, mientras otros atiborran los baños.

Eso sin contar que horas antes algunos de estos alumnos tuvieron que madrugar después de un ajetreado fin de semana. A ver, ponte en sus huesitos, son las seis de la mañana y estás en medio de un sueño profundo –tú, la playa, bikinis, comida– y de repente… bip, bip, bip, bip, suena la alarma, tu cerebro te dice “qué aburrido tener que salir a la calle”. Sería maravilloso no bañarte, quedarte en pijama, viendo películas y comer en la cama, así es confinarte, sin que ningún pinche virus te lo imponga. Mientras tu padre piensa en lo complicado que es manejar a través del increíble tráfico con el que se topa para llegar a la escuela, es una moneda al aire a ver quién llega primero. Peor, si utilizas transporte público, ya debes saberte esa del chófer: recórranse, hay lugar atrás para-dos, o de papalote; así empieza la mañana con deporte extremo.

Clásico que con el tránsito kamikaze, la desmañanada –ten la plena seguridad de que los primeros días los pasarás en modo de avión, por la falta de sueño entre el madrugar y las desveladas–, además de la eterna búsqueda para encontrar lugar de estacionamiento llegas tarde a tu primera clase y el Evenflo de tu profesor te tacha de irrespetuoso por el resto del semestre, y pese a ello debes de sonreírle –aunque internamente tienes ganas de gruñirle– como si lo que te dijo de neta, se tratase de una broma, bueno, ¡es mejor caerle bien desde la primera vez! Además de eso, vienen todos los problemas administrativos, pues resulta que hay errores en tu horario, en el expediente está mal escrito tu nombre o en el peor de los casos ni estabas matriculado, con todo este viacrucis, ¿a poco no crees que serías más feliz siendo un nini?
Síguenos en nuestras redes sociales